miércoles, 24 de junio de 2020

MI PRIMERA INFANCIA (2)

Del colegio donde estudié mis dos años de párvulo conservo también muy buenos recuerdos. Al principio me escapé varias veces y me fui corriendo para mi casa, ante la sorpresa de todo el mundo, alumnos, profesores, familia y vecinos, pero luego me adapté y acudí con normalidad y hasta le cogí gusto y deseo de ir a este colegio pues me lo pasaba muy bien con mis compañeros; no recuerdo peleas ni otros signos de malestar con ellos y la jornadas escolares transcurrieron muy agradables, entretenidas y divertidas. Lo que más me gustó de las clases es cuando la profesora nos sacaba juguetes educativos y disfrutábamos mucho todos los alumnos con estos interesantes y preciosos juegos. Yo vibraba de gozo con estos variados pasatiempos que me sabían a poco y era una actividad con la que se aprendía de forma muy original y placentera, era un método de enseñanza ideal para que los párvulos sintiéramos más atracción por el colegio y adquiriéramos interés e ilusión por aprender. Era una forma genial de iniciar a los niños en el estudio. También recuerdo las cartillas para aprender a leer y a escribir y de cómo teníamos que esperar largas colas para que la profesora nos pudiera dar la lección. Tuve un compañero con el que me divertí, era gracioso y granujilla y voy a contar una anécdota --es la que mejor recuerdo pues de aquellos tiempos no retengo muchas cosas y es por ello por lo que no me puedo extender mucho en este capítulo dedicado a esta mi primera infancia--. Este amiguete le quitó muchos lápices y rotuladores a otro niño y me los regaló a mí con tal de hacerse el generoso. Yo se lo agradecí, me gustaban mucho todos estos colores para dibujar y cuando más contento estaba de que mi amigo me hubiese hecho este gran regalo, lo descubrió el otro y se lo dijo a la profesora. Tuve que devolverle todo a su dueño y no recuerdo bien si el autor de la travesura quedó como el culpable. La vida en este colegio fue muy grata y feliz y en las jornadas de recreo teníamos un espacio muy grande para expansionarnos con toboganes, subesbajas, columpios, etc. Pero esta hermosa realidad que vivía con tanto sabor infantil llegó a su fin cuando a mi padre lo destinaron a Málaga y tuve que romper con el ambiente de amigos y compañeros del que gozaba. Fue un cambio brusco en mis sentimientos de niño, porque yo estaba acostumbrado a esta vida, y aunque Málaga significó para mí una dulce e inolvidable experiencia también, el caso es que el traslado rompió y fastidió enormemente los esquemas y las fantasías de mi mundo infantil.

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