miércoles, 24 de junio de 2020

MI PRIMERA INFANCIA (1)

Nací en Sevilla el veintiocho de octubre del año 1966. Desde que surgió en mi vida la pasión y la ilusión inmensa por escribir y decantarme firmemente por esta actividad artística cuando tenía diecisiete años, siempre he ansiado de que llegara el mágico y decisivo momento de poder redactar con acierto mis memorias. Y comienzo con los primeros años de mi vida, con la que fue mi adorable y encantadora primera infancia, de la que nunca he renegado y que he recordado muchas veces con nostalgia porque fue la etapa más exultante y tierna de mi vida que ya siempre recordaré. Se ha dicho y se ha escrito mucho de que la infancia suele ser el mejor periodo de la existencia, que nunca se disfruta ni se sueña tanto y que todo o casi todo se observa desde una perspectiva de luminosidad y belleza, de fantasía y resplandor que desafortunadamente se pierde cuando llega la edad adulta. Pero la infancia solo la gozan así las personas que tienen ese privilegio de no estar marcadas por la tragedia, como sucede en los países tercermundistas, pues es terrible ver las escalofriantes imágenes y fotografías de las criaturas que nacen y mueren prematuramente y no conocen más vida que la angustia, el hambre y el sufrimiento. Tuve la gran suerte de que mi infancia no fuera así aunque en lo que respecta a mi vida posterior ya los lectores constatarán los cambios y los giros tan estremecedores que experimentaría. De mis primeros amigos guardo buenos recuerdos pues me lo solía pasar muy bien con ellos y vivir toda clase de aventuras y juegos en el barrio de las afueras de Sevilla donde me crié y transcurrieron mis primeros años infantiles. Aunque también sufrí percances en mis vivencias y correrías, la memoria que hoy tengo de aquella etapa es totalmente positiva, pues anduve a mis anchas y gocé de muchas realidades hermosas que tapaban y no me hacían recordar para nada las situaciones negativas que también se me presentaron. El barrio donde vivíamos tenía entornos naturales, charcos y pequeñas lagunas cerca de las cuales circulaban ferrocarriles. Era un lugar idóneo para que los niños disfrutáramos y nos lo pasáramos de maravilla y se dieron todo tipo de circunstancias que hicieron que esta agradable realidad fuera posible. La barriada era muy grande y éramos muchos niños, nos juntábamos en pandillas y nos dedicábamos a jugar a todo lo que surgiera. Mi hermano y yo nos solíamos juntar preferentemente con los amigos más cercanos, aunque conocíamos a otros chavales de otras zonas con los que también nos relacionábamos de vez en cuando. El universo infantil de esta barriada fue por aquellos años muy atrayente para todos, era un lugar en el que los niños pudimos absorber plenamente lo mejor de la vida y deleitarnos con muchos juegos y pasatiempos que nos resultaron sin duda memorables para siempre. Y digo esto no por mí solo, pues un chaval con el que me llevaba muy bien y que siempre lo he considerado una excelente persona, me ha comentado en varias ocasiones, ya siendo mayores, lo extraordinariamente bien que nos lo pasamos de niños. Al mismo tiempo me ha manifestado su tristeza y malestar porque esto se haya perdido y no se vea ni un alma en el barrio, que no exista la alegría de entonces y los niños hoy en día hagan la vida enclaustrados, con los vídeos y los juegos de ordenador y tantos otros inventos de la modernidad que, sin duda, han anulado y acabado con la vieja forma que tenían los benjamines de divertirse. Este amigo de la infancia siente nostalgia y añoranza por aquellos años tan felices y entrañables, y en varias ocasiones hemos comentado la pérdida que significó para todos que se acabara esa etapa que ya ha quedado solamente en el espejo dela memoria, en el triste recuerdo de aquel fascinante mundo desaparecido.

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