miércoles, 19 de diciembre de 2018

ELEGÍA A JOSÉ LUIS DEL CASTILLO (PARTE 1)

El merecido homenaje que le debo
a quien fue y siempre será mi mejor amigo.

                       1
Ya para mí no existe la radiante primavera
y en mi alma se han marchitado todas las flores.
Ya no escucho el canto de los pájaros
porque para mí todos enmudecieron.
Los colores del arco iris se me han vuelto oscuros,
las luces crepusculares, los claros amaneceres;
el despertar de los sueños, la ilusión perdida,
porque el alba se me ha tornado esta vez noche...
Y no hay luz en mi vida, no existe la dicha,
ya las nubes son tétricas y crueles en el cielo
y vibran las tempestades, las violentas tormentas,
y mi corazón late con angustia y tristeza
y mis recuerdos me abaten y lloro tu ausencia,
y te siento conmigo abrazado pero ya no te siento...

                       2
¡Qué suerte tuvimos de conocernos!
Desde un principio congeniamos
y nuestro dialogar fue muy ameno.
Pero no imaginamos ninguno
lo que supuso el feliz encuentro.
Sí, el futuro nos trajo la dicha
de un mundo de amistad repleto.
Nuestra fraternal relación
muy rápido se hizo sólida
y fue creciendo y creciendo.
Los paseos por nuestra Sevilla,
nuestros abundantes encuentros.
Nuestras reuniones en Aldea
y en otros actos y tertulias.
Nuestras charlas literarias
que se hacían infinitas
y de muchas otras ramas
de la cultura y de la vida.
La ilusión de vernos y sentir
que lo nuestro parecía eterno,
que nuestra estima era inmensa
y nuestro latir siempre pleno.
¿Discusiones? Tuvimos muy pocas.
¿Malos rollos? Jamás los hubo.
Siempre nos apreciamos, siempre
hubo bienestar y respeto mutuo.
Y llegó tu mudanza a Salado
y todo fue más feliz todavía.
Vivimos al lado muchos años
y nos veíamos todos los días.
Nuestra amistad siempre fiel
la mantuvimos con alegría.
Después llegó la residencia
pero yo no quise la distancia
y una y otra vez iba a verte
y nuestra relación excelente
por siempre se mantenía,
hasta tu caída tan brutal
que de dolor me estremeció.
Ya tu ocaso, tu cruel final
sin aliento ya me dejó.

                3
Siempre fuiste un genial poeta,
a cualquier cosa le escribías
con lirismo, arte y maestría
y en todo momento lo hacías
porque tu caudal creativo
era inmenso y no se agotaba.
Naciste para escribir versos,
tu capacidad era infinita
y con agudeza y mucho ingenio
te ponías con disciplina
y es que no parabas nunca
y escribías y producías.
Tu capacidad era enorme
y con facilidad lo hacías:
componías poemas a todo,
con variedad y simpatía.
Abundaban la chispa y el humor
y redactando te divertías;
pero lo hacías todo, siempre
lo que querías lo conseguías.
Siempre fuiste un gran vate,
dominabas la espinela,
la soleá y la seguidilla,
el soneto y sonetillo,
la octava y la redondilla.
Te salían como rosquillas
textos buenos y sorprendentes
que a cualquiera maravillan.
Y abarcabas todos los temas:
religiosos, políticos, amorosos,
satíricos, amistosos, panegíricos,
descriptivos, elegíacos, festivos,
y de otros muchos contenidos,
y a todos les ponías con ilusión
toda la belleza que podías.
Y acertabas una y otra vez,
bordabas el talento en tus versos
y tu fecundidad era inmensa
y fuiste un poeta al completo.


ELEGÍA A JOSÉ LUIS DEL CASTILLO (PARTE 2)

                  4
La angustia de no tenerte me conmueve.
¡Qué vacío más extremo me has dejado!
¡Ay, dolor! ¡Ay, tormento! ¡Ay, duro sufrir!
¡Que toda la furia de vil desolación
me reviente y haga trizas mi alma dolida!
No puedo asumir que te hayas ido,
no soporto y odio esta fatal ausencia
y mi ser se siente solo, tan solo y acabado
que clama al cielo serenidad y paciencia.

                  5
Has entrado directo por la puerta más grande
y sublime y esplendente de todos los cielos.
Todo tu corazón bondadoso, afable y generoso,
toda tu simpatía, ternura y pura alegría,
todo ese limpio universo de bella persona
que fuiste, mi padre, mi hermano, mi mejor amigo...
Te fuiste, pero en mi alma ya siempre has quedado,
pero mucho ha quedado para siempre conmigo;
has quedado, ya permaneces en mi intenso palpitar,
lo fuiste siempre todo y lo serás siempre todo.

                  6
Ya estás con san José y con san Antonio,
ya respiras la magia bendita del paraíso eterno.
Ya ellos te adoran y te quieren y te protegen.
Y estás con Dios y con la Virgen María
y gozas de la verdad y de la pureza del cielo.
Y estás con tus padres, con tus tíos, con Miguel,
con tu amaína y con Enrique y con todos
los que tanto siempre por siempre quisiste.
Si en este valle de lágrimas en el que yo
tanto y tanto he pecado, en el que tantos
errores he cometido y me he equivocado.
Si algún hueco, aunque fuera muy pequeño,
tuviera de acceso en el infinito del cielo,
le pido a Dios que sea para verte de nuevo
y darte un fuerte abrazo de hermano
y decirte como siempre lo que te aprecio
y toda la estima y el cariño que te tengo:
Querido amigo José Luis: yo creo de verdad que sí,
que algún día allá en la gloria volveremos a vernos.