sábado, 13 de junio de 2020

EL VALOR Y LA ESPERANZA DE LA FE

En el año 1986, yo enfermé de gravedad psíquicamente y fui hospitalizado en el Sanatorio San José de Málaga, de los hermanos de San Juan de Dios. El criminal doctor que me tocó, tras una serie de consultas, me mandó encerrar y someterme a sesiones de torturas durante cerca de un mes, en el que prácticamente no me dieron de comer y me inyectaron y me metieron y me hicieron de todo lo malo que pueda imaginarse. Actitud la de este señor ¿médico? y los enfermeros que me masacraron --eso no se lo hacen ni a los reclusos en las cárceles que han cometido delitos muy graves--, inexplicable, ilegal y totalmente injusta y condenable como delito de prisión a los señores que hicieron cosas así. Porque yo no agredí ni me metí con nadie ni tuve un comportamiento negativo que pudiera justificar que me encerraran durante tanto tiempo y me hicieran de todo. Cuando ya por fin me dejaron en libertad y me fui reponiendo poco a poco después de lo esquelético que estaba y lo destrozado psicológicamente, además de físicamente, tras tantos tratos inhumanos y degradantes sufridos, yo no hice otra cosa que aferrarme a la fe. Y le pedí a Dios que saliera de aquella terrible situación y abandonara aquel maldito lugar para siempre. Y esto tardó en llegar, pero como afortunadamente me cambiaron de médico --el bárbaro anterior me enteré años después que dejó de trabajar en el sanatorio--, y este nuevo doctor era bueno y me mandó acertados tratamientos que me restablecieron, yo al final vi la luz y me dio el alta y volví a mi Sevilla. Y nunca he vuelto a sufrir ninguna recaída ni a estar más hospitalizado y he llevado una vida normal. Pero cuando yo me veía en estas dramáticas circunstancias, solo, sin mi familia, porque yo estaba en Málaga y ellos no sabían nada de lo que me ocurría, y además los tenían engañados, ¿a qué me podía aferrar y a qué recurrir ante esta angustiosa realidad? Yo vi nada más que la solución en la fe y gracias a mis oraciones me fue yendo bien y con el tiempo aquella pesadilla llegó a su final. No solo que aquello se acabara, sino que a lo largo de mi existencia, mi enfermedad psicológica, que fue tremendamente grave, ha ido mejorando cada vez más hasta desembocar en la actualidad en el más absoluto bienestar y salud y gozo y ardientes ganas de vivir. Yo creo de verdad que mi fe me salvó y Dios me ha acompañado siempre desde entonces. Una vida sin fe, para mí es una vida vacía, hueca, sin interés, sin sentido y sin esperanza.

1 comentario:

  1. Emotiva historia personal donde la fe religiosa ha sido clave para superar una funesta situación.

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