jueves, 25 de junio de 2020

EL TIEMPO EN LAS ORILLAS

"El tiempo en las orillas", poemario de Enrique Barrero Rodríguez, galardonado con el premio Florentino Pérez-Embid, es un recuerdo constante de la niñez perdida, es un esfuerzo por evocar la infancia pero con una nostalgia por ese paraíso perdido que le lleva al poeta a manifestar sus sentimientos de una forma elegíaca. Enrique Barrero sueña con ese mundo dichoso, esa infancia feliz a la que intenta o le apasionaría volver y no puede: "De todo aquello que sentí en la infancia/ nada ha permanecido, solo quedan/ retazos de recuerdo en la memoria". Y centra ese recuerdo en un entorno concreto: en el del mar, en el de la naturaleza, en la memoria de los paisajes siempre hermosos en los que disfrutó de la magia y la inocencia de su universo infantil: "Dejadme a mí los pinos de la costa; "De niño, frente al mar./ Qué vendaval de sueño bajo el cielo". Enrique Barrero insiste en un tema único: la infancia recordada en el espejismo del verano en la costa. Todos sus sueños, todas sus vivencias se refieren únicamente a ese mundo del que gozó en su niñez y que ahora el poeta lo siente perdido para siempre: "Solo yo he muerto. Solo mi cadáver/ se esconde bajo el fondo de la tierra". "Ya todo se perdió. Ya solo queda/ el espacio asombrado de mi cuerpo". En estos poemas está presente de forma angustiosa el inevitable paso del tiempo que, en este caso, ha sido el que ha acabado inexorablemente con una vida, unos sueños, una ilusión; en definitiva, el encanto, el candor y la dicha de la infancia que ya nunca volverá y que para el poeta se convierte como una pesadilla porque quisiera poseer ese universo que se ha esfumado de su vida para siempre. En muchos poemas aparece el mundo onírico que representa para él la memoria de cómo fue la infancia, de cómo es la etapa de la existencia en la que los sueños y las experiencias vitales son más hermosas y alcanzan un grado de fantasía, belleza y perfección que ya nunca volverán a sentirse y que es el motivo por el que el poeta se siente triste y dolorido de que la vida ya no se goce y palpite con esa pureza inefable que solo a través de la poesía pretende expresar y que con mucho acierto lo consigue. Enrique Barrero se apoya para manifestar todos esos sentimientos de su niñez perdida en las realidades cotidianas: la casa u hogar del verano, el mar, los pinos, las gaviotas, la luz, Otro niño (que el poeta observa y con el que se siente identificado), el faro, la pradera en la que se celebraba la misa, septiembre o la tristeza del fin de las vacaciones y la vuelta al cole, etc. En casi todos los poemas existe como una obsesión por el maravilloso mundo de la infancia que engendra un terrible malestar en el poeta por ser como una utopía que ha perdido y que le duele que la vida de adulto no sea tan hermosa a como lo fue en aquella entrañable etapa: "Ya no es posible/ Ya la traición del tiempo me ha robado/ los instantes aquellos de la infancia./ Hoy es otro el acento de mi canto" ; "recuerdo el tiempo ido, la dicha aquella". Pero en todo el poemario el único lugar que le hace recordar su infancia es la playa de Mazagón. Es el atractivo del verano, las vacaciones el único motivo de vuelta nostálgica hacia su niñez. Es el mar, la montaña, los pinos, la luz intensa de la brisa, en definitiva, el paisaje de la costa, su naturaleza, sus contrastes y su belleza lo que caló muy hondo en su espíritu y mentalidad de niño y es lo que le transmite sueños de un universo verdaderamente feliz e irrepetible, la utopía que ya nunca volverá. Y todo lo expresa el poeta con un lenguaje rico, variado, que hace al lector pensar y meditar sobre su contenido denso e intenso, son unos poemas que invitan a la reflexión, a la meditación y a la profundización de todo lo mucho que manifiesta aunque el contenido sea semejante. Enrique Barrero renueva el lenguaje de sus versos en cada poema aunque reincida en un único tema u objetivo comunicativo, en unos sentimientos parecidos. Y lo hace magistralmente en versos endecasílabos rimados: la métrica de los poemas es el romance heroico, aunque se toma algunas licencias y aparecen versos heptasílabos. Y para terminar el libro escribe un precioso poema en cuartetos y un soneto que contiene una amalgama de símbolos que encierran muchas cosas difíciles de desentrañar y que son una muestra más contundente de la poesía meditativa. Un bello poemario de Enrique Barrero en el que el paso del tiempo juega un papel fundamental y en el que también aparece, de vez en cuando y como consecuencia del paso del tiempo, el tema de la muerte de una forma desgarradora: "No habrá mar cuando duermas bajo tierra", "todavía infancia y luego muerte/ estiércol que en estiércol se convierte/ sombra de sombra, soliloquio mudo". Y como conclusión a este encuentro con la excelente e interesante poesía de Enrique Barrero, unos versos que quizás indiquen lo primordial del libro comentado:

                                        Por qué dejaste al niño ser eterno.
                                        Por qué trizaste espumas en sus manos.
                                        Por qué le regalaste los veranos.
                                        y luego le expulsaste hacia el invierno.

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