sábado, 27 de febrero de 2021

LA ENVIDIA

 La envidia se ha manifestado violentamente hacia mí por parte de algunos desalmados, que la han descargado de las maneras más crueles que se pueda imaginar. Dos casos increíbles en los que no puede caber ninguna explicación de por qué estas conductas tan tremendamente agresivas y enloquecidas, se me presentaron en el Instituto Bécquer de Sevilla cuando yo estudiaba. En unas jornadas culturales, reunidos un grupo de jóvenes junto a una profesora, resulta que allí había aterrizado un fulano que no era alumno del instituto, era un gachó que había aprovechado el ambientazo y se había colado para divertirse y dar por culo a los demás. Y yo fui ahí el que tuvo la desgracia de verse mezclado con este bribonazo. Resulta que en el amplio grupo que estábamos, yo a la profesora le comenté sobre muchos temas literarios y de cultura en general y el tiparraco puso atención sobre mí y buscó fastidiarme todo lo que pudiera y más. El payaso este resulta que en no mucho tiempo se envenenó de envidia cochina y una y otra vez buscó la forma de hacer todas las atrocidades conmigo que pudiera. Tras una jornada lamentable, este canalla quiso al final dar el espectáculo definitivo, cosa que por suerte no consiguió. Este tío estaba bebido o drogado o más bien todo el alcohol y la droga eran sencillamente el síndrome de envidia tan enorme que se le desató conmigo. En resumen, que este hijo de puta quiso acabar conmigo aquella noche, al menos lo intentó. La envidia de este miserable le llevó a querer golpearme en la nuca, cosa que al final no logró, y yo salí pitando del Bécquer y huí todo lo que pude de un tipo así de peligroso. Y peligroso que era este loco, pues tiempo después, al yo doblar una esquina de una calle y verme, me gritó agresivamente: --"Qué lástima que no te hubiera matado, Martín, hijo de puta". Otro caso por el estilo me ocurrió también en el Bécquer. Yo me presenté al premio Holanda en septiembre del año 1884. Sucedió que esto llegó al conocimiento de un fulanazo envidioso que yo no lo conocía. Y este tipejo era lo nunca visto en envidias feroces. Estando yo en los pasillos del instituto, pasó este imbécil y me largó en voz alta: "premio Holanda", "premio Holanda", "premio Holanda". Otro día yo estaba en uno de los grandes patios del Bécquer y este tío volvió a repetirlo. Yo me acerqué a él y le dije que a qué venía esto y me contestó con ironía que él quería que yo ganara este premio al que me había presentado y que tuviera suerte. Me chocaron las actitudes y las reacciones raritas de este mierda. En los sucesivos encontronazos con este hijo de perra me pasó de todo. Una tarde me dijo, junto a un colega suyo, que nos saliéramos del instituto que me iba a machacar, que yo era el gilipollas del instituto, que premio Holanda, premio Holanda, que me iban a dar un mojón. Se le observaba un descontrol y un desquiciamiento y un odio y una agresividad hacia mí de lo más increíble y único que se haya podido dar en el planeta tierra y en todo momento no paró de proferirme amenazas, insultos y cólera envidiosa, deseando que nos pudiéramos ver fuera del centro para destrozarme. Me dieron varias veces tentaciones de abalanzarme hacia él y hacerlo picadillo, pero desistí de la intención porque el colega que estaba con él era un tiarraco muy alto y corpulento y entre los dos me podrían meter una buena tunda. Fueron varias veces más las que tuve refregones con este loco desgraciado, pero al final la cosa no llegó a enfrentamientos violentos entre los dos. Y todas estas cosas vinieron porque yo me presenté al premio Holanda. Ese fue el delito o la cosa tan tremendamente mala que yo cometí. 

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