viernes, 26 de febrero de 2021

EL EDITOR

 En el año 1989 me enteré a través de un programa de la televisión andaluza, de la creación de una nueva editorial en Sevilla cuyo nombre era Qüasyeditorial. No me lo pensé y fui a su domicilio a hacer la entrega de dos manuscritos míos, para ver si los leían y si les pudiera interesar publicar alguno. El editor no estaba y una chica me los recogió y me dijo que se los haría llegar al encargado de esta nueva editorial. Tiempo después, como no daban señales de vida, me llegué otra vez al piso y entonces me recibió el editor y pude conocerlo personalmente. Sobre los manuscritos me dijo que se los había pasado a un amigo suyo para que los leyera y no me adelantó nada de qué pensaba hacer, si leerlos él que se supone que era al que verdaderamente le correspondía, así como no me dijo nada de que me avisaría si le interesaba publicar alguno o bien ninguno, para proceder a devolvérmelos. Una forma, como se puede comprobar, incorrecta de actuar y de trabajar y de hacer las cosas. Pasó mucho tiempo y me dio largas y no me aclaró nada del tema de estos manuscritos sobre los que había tenido ya que tomar una decisión. Por cierto, cuando lo conocí le compré el primer libro que publicó y al leerlo, mejor dicho, al intentar leerlo, pude comprobar el bodrio tan miserable de relatos que se había entretenido en publicar este hombre. Daba dolor de cabeza nada más empezar a meterte en el caos de prosa y de historia absurda de este librito al que no se le podía meter mano de ninguna manera y como te empeñases en leerlo entero, el dolor de cabeza y los mareos impresionantes estaban garantizados. En efecto, una cagada así no hay lector que se la pueda meter entera. Así es, esta fue la ópera prima de esta nueva Qüasyeditorial, así comenzó de bien este joven señor editor. En 1991, unos dos años después de haberlo conocido, contacté con él de nuevo para hacerle entrega de un libro de relatos que había terminado. Y le recordé los dos libros de poesía que se hacían eternos y que ni me los devolvía ni me decía nada de ellos después de tantísimo tiempo. Tras varios rodeos sobre el asunto, terminó diciéndome que los había perdido. No obstante, yo le quise hacer entrega de este nuevo libro y quedé para llevárselo a la editorial que se había mudado a otro sitio. Y llegué y estuve hablando con este gachó tan "apañao" y me dijo el plazo en el que me llamaría para comunicarme su decisión. Pero pasó el tiempo indicado y no daba señales y yo lo llamé. Este tipejo comenzó a decirme muchos defectos sobre cómo yo escribía, poniéndome que estaba muy verde y que me hacía falta más rodaje, más rodaje. Pero los defectos observé que eran generalidades, o sea, que no especificaba nada de qué fallos o errores concretos presentaban los relatos y no aclaraba nada. Yo lo vi todo muy sospechoso. Hasta que después de la crónica que me endiñó, quedamos en que iría al nuevo domicilio editorial a recoger el manuscrito. Y ya allí hablando y hablando y comentando los relatos que me había rechazado, resulta que me di cuenta perfectamente de que no los había leído. Tanto criticarme el libro y rechazar la edición del mismo y al final lo que hizo es el perro y no se molestó en leerlo. Estaba claro la clase de editor con el que había tenido la mala suerte de tropezarme, así que al carajo que ya este tiparraco terminó para mí para todos los restos. 

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