viernes, 6 de marzo de 2020

VIAJES URBANOS

1.

Yo, Gerardo Gutiérrez, confieso que a mis veintitrés años nunca he mantenido relaciones amorosas con ninguna chica. Todo este triste panorama ha transcurrido así en mi vida, si bien pienso que la cosa va a cambiar y más aún cuando ya hace unos meses que gozo de un trabajo fijo y estable fruto de unas oposiciones que aprobé, y por el que tengo privilegios que pueden hacer transformar y girar este monótono contenido de mi vida. He solido coger muy poco el autobús, tanto en mi ciudad como en trayectos más largos; hasta ahora mi ciudad me había dedicado a recorrerla como buen ciudadano de a pie que soy, pero tras la llegada de mi actividad laboral me he visto obligado a utilizar este medio de transporte. Como he dicho, no he tenido relaciones con chicas, pero sí que me siento a gusto y relajado en los sucesivos desplazamientos que todos los días hago rumbo a las oficinas donde trabajo.

2.

Este relax que he mencionado, este gusto y bienestar se ha manifestado en mi vida sin yo buscarlo, sin yo intentarlo disfrutar. Todo me ha surgido tras las contactos o refregones eróticos que me han proporcionado algunas jovencitas --y no tan jovencitas--, en los autobuses urbanos en los que me he subido y que me han contagiado de ardientes golpes de gozo con los que me lo he pasado de maravilla.

3.

Desde un principio he tenido la suerte de que se sentaran a mi lado en los autobuses mujeres que me han agradado bastante, algunas de las que he recordado después por lo enrolladas que han sido durante el trayecto. Y no lo digo porque me hayan dado conversación o se hayan interesado por mí: estas compañías de las que he disfrutado solo iban al grano, o sea, que lo que deseaban era comunicarse conmigo juntándome las piernas cuando iba sentado al lado de ellas. Otras veces, cuando no podía coger asiento e iba de pie, las había que procuraban pegarse lo más posible a mí y refregarme todos sus encantos con los que yo me deleitaba y vibraba de regocijo erótico. En el autobús esto es a veces hasta forzado para muchas mujeres y hombres, pues cuando se llena a rebosar, los cuerpos tienen que estar pegados unos con otros y si uno tiene la suerte de que le toque una buena moza a su lado no hay nada más que apechugar y aprovecharse de la ocasión. A no ser que uno sea demasiado descarado y corra el peligro de que la chica acosada le llame la atención y forme el escándalo delante de todo el mundo. Pero esto no suele suceder porque además muchas lo buscan, lo quieren y desean el calor de los contactos que en el autobús los hombres les transmiten, para su morbo y desahogo posterior en la cama o en el cuarto de baño.

4.

En estos escasos meses que vengo cogiendo el autobús han sido algunos los contactos que he recibido. Pero me interesa recordar dos exactamente, porque he tenido la fortuna de disfrutarlos con chicas que harán antología en mi vida y en mis sentimientos aunque no las vuelva a ver. Desgraciadamente, solo he coincidido con ellas en una ocasión y esto me ha disgustado, puesto que mujeres así confieso que he visto pocas, y esas dos oportunidades que me han brindado la suerte y sus encantos me gustaría que se volvieran a repetir en mi vida cuantas más veces mejor.

5.

La primera chica creo que sería unos años mayor que yo, puede que rozara la treintena, pero al sentirse al lado mía --coincidió que fue en el final del autobús cuyos asientos están más juntos y donde todo contacto es prácticamente inevitable--, pareció estar conforme de lo a gusto y caliente que iba a viajar. Esta morenaza de una hermosura pocas veces contemplada por mis ojos, de una estructura corporal inmensa, me puso al rojo vivo cuando se vino a sentar a mi lado porque está claro que la primera impresión es la que más vale. Yo estuve nervioso en un principio, pero después me dediqué a mirarle un poco descarado los dos senos tan firmes y grandes que poseía. Iba maquillada, me extrañaba que una mujer de estas características viajase sola y en un autobús urbano. De vez en cuando se movía fingiendo calor, pero lo que culminó la gota del vaso fue después, cuando se levantó brevemente dos veces para ajustarse la falda: cada vez que pasó esto me refregó los laterales del culo con unos empujones que me resultaron tan ardorosos que ya estarán para siempre en la memoria de mi vida. Al final todo se acabó, llegó la parada donde se tenía que bajar. Yo observé ansiosamente cómo se iba, quedé destrozado de que una mujer de esta categoría se alejara de mis ojos y de mi cuerpo que tan gozosamente lo había pasado en unos quince minutos eternos para mis sueños o fantasías sexuales presentes y futuras.

6.

Dos semanas después me tocó otra brillante lotería en mis desplazamientos urbanos en el autobús. Disfruté tanto como en el anterior viaje, pero esta vez con una chica que sería algo más joven que yo y que tenía muchas ganas de marcha. No era un bombón con tanta sensación como la morena, simplemente era un tipo de mujer diferente, pero a mí me gustó mucho desde el principio en que tuve la suerte de que se sentara conmigo. Íbamos muy apretados, y esta buena moza que tenía dos pechos impresionantes --y que se le transparentaron al quitarse una rebeca que llevaba--, subía y bajaba el muslo y me dio unos saludables refregones que nunca podré olvidar.

7.

Curiosamente, fueron estos dos casos, estas dos experiencias mías, momentos de acción descarada, y ni ellas ni yo decidimos hablarnos para no estropear la grata aventurilla que estábamos viviendo y con la que tanto gozamos. Ahora, en mis sucesivos desplazamientos, no creo que vuelva a sentir oportunidades tan geniales, aunque ya presiento que la llamarada del amor iluminará plenamente de placer y satisfacción el camino de mi vida en un tiempo no muy lejano.

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