martes, 6 de diciembre de 2016

BEATUS ILLE

Hacía cuatro años que el joven matrimonio residía en la gigantesca urbe por razones de trabajo. Ni Eva ni Gabriel soportaban el atropello y la neurosis que les producía esta capital, muy masificada y contaminada, donde además se les habían presentado problemas de índole diversa. Eva y Gabriel habían vivido con anterioridad a su casamiento en su pueblecito natal, una bella zona natural protegida, donde siempre se habían encontrado muy relajados. Su infancia fue de lo más hermosa, siempre en el entorno provinciano que les vio nacer y que para ellos significaba el mejor de los sueños. Era su tierra, donde habían sido tan dichosos, donde su vida fue muchas veces dura pero siempre ofreció otros atractivos que lo compensaban todo. Gabriel y Eva eran funcionarios, decidieron estudiar oposiciones para asegurarse el futuro que en su pueblo era complicado. Pero la ciudad a la que fueron destinados no supuso para ambos la sensación de bienestar que tanto deseaban y que únicamente habían encontrado en su lugar de origen. Atascos, delincuencia, contaminación, intensas jornadas de un trabajo sedentario que no les atraía y los conflictos con los vecinos, eran los principales obstáculos en esta capital donde nunca se sintieron a gusto. Soñaban con volver a su pueblo y siempre que podían, viajaban para ver a los familiares que dejaron y disfrutar con ellos de las vacaciones de Navidad y verano. Gabriel y Eva les envidiaban porque era en la ciudad donde la realidad de paz y tranquilidad había sido más difícil de sentir. Pasaron dos años y el matrimonio contaba ya con unos provechosos ahorros. Un día, hablando del tema, acordaron emplear su dinero en volver a su pueblo y abrir un comercio alimenticio con el que ganarse su vida y apoyar a sus familias, que sufrían muchas necesidades. Para ello el único paso fue pedir excedencia en su profesión burocrática y regresar, actitud que fue muy bien recibida por sus paisanos. Su nueva vida, el retorno al pasado, fue más saludable y prometedora. Todo el panorama de depresiones y desasosiegos que les produjo su anterior etapa en la ciudad llegó a su punto y final. Ya estaban con sus montañas, con sus fuentes de agua pura y transparente, con sus jornadas de caza y pesca, con sus familias y sus amigos de siempre, con todo el universo natural que llenaba de desahogo y felicidad su única y trascendental concepción del mundo y de la vida.

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