En una reunión de alumnos y profesores en el Instituto Bécquer cuando yo estudiaba el tercero de bachillerato, llegó a mis manos un poemario de un escritor extremeño que era profesor de Lengua y Literatura y que le iban a hacer una entrevista para la revista que se iba a publicar entonces en nuestro centro estudiantil. Este libro estaba galardonado con el importante y bien dotado premio de poesía "Juan Ramón Jiménez". Cuando leí algunos textos de este ejemplar vi que eran unas cagadas infumables todos, una serie de chorradas sin sentido puestas una debajo de otra. El caso es que ya me hice una idea de las cosas que se escriben en la lírica contemporánea. Al igual que sucede en la pintura, en la escultura, en la música y en otras artes. Tiempo después yo vi a este literato por las calles de Sevilla, pues se da la circunstancia de que vive cerca de mí. Este autor estaba muy premiado en todas partes, ya en aquella época de la que hablo había cosechado una enorme cantidad de premios, le habían llovido los galardones y no solo de poesía, sino también de cuentos, novela, novela corta, etc. Todo un prodigio ganando premios uno detrás de otro. Yo decidí un día saludarlo y dialogar con él y le dije que yo también escribía, pero que hasta el momento no había tenido suerte con los premios y no había dado en ninguna diana. Surgió que hice amistad con este escritor y lo llamaba por teléfono con mucha asiduidad y me gustaba hablar con él de temas literarios y de otros asuntos que surgieran, pero fundamentalmente de todo lo relacionado con nuestra común actividad. Al principio me apoyó y me dio algunos ánimos a ver si ya tenía suerte alguna vez, me entregó algunas bases de premios para que me presentara y me aconsejó algunas editoriales y concursos en los que pensaba que yo podría tener suerte. Pero nunca la tuve y siempre fracasé en todo rotundamente. Justo lo contrario de lo que le sucedía a este hombre, pues no paraba de seguir ganando premios, era una auténtica máquina de conseguir éxitos en todas partes. Cualquier bodrio que se le ocurriese escribir tenía salida en los premios, todo lo que saliera de la pluma de este literato encontraba su premio, tardara más o tardara menos en ser galardonado, al final en todos sus escritos obtenía resultados satisfactorios. Ante esta avalancha de premios que le llovían, mi actitud fue de felicitarlo siempre y de darle mi más sincera enhorabuena, pues yo le manifestaba que tenía una familia numerosa y que había que sacarla para adelante y que además se lo currelaba y yo me alegraba en todo momento de que le fuera así de estupendo. Y era así porque yo carezco de ese sentimiento perverso de la envidia y aunque este entonces amigo ganara tantísimos premios, yo nunca sentí el más mínimo pellizco de envidia, porque es una cosa que la odio y que no va para nada conmigo. Pero la actitud suya hacia mí cambió de manera aciaga e injusta, cosa que yo nunca me he explicado de por qué se comportó así. No hizo otra cosa que empezar a desanimarme, que no te presentes a ese premio que no te lo van a dar, que eso no te lo dan, etc. Yo me acuerdo que le decía que a ver si ya alguna vez tenía suerte porque lo estaba intentando por todas partes más que nunca, a lo que me respondía que no creía que la tuviera porque cada vez había más competencia y se presentaban monstruosidades a los premios. En una ocasión, de buenas a primeras dijo: sí, porque Martín se gasta el dinero en fotocopias. Me lo largó con escarnio, pues claro está que de tantísimo dinero como yo me gastaba no solo en fotocopias, como él dijo, sino también en correos, no le recuperaba nada y no recibía nada a cambio porque no me querían premiar nada. Y este amiguete se regocijaba de mi mala suerte. Y le comenté que concursé a un premio de relatos con siete trabajos, pero que yo no tenía esperanza ninguna de que lo fuera a ganar. Y el muy mezquino me dejó muy claro que, en efecto, él estaba seguro de que iba a ser así. Este gachó no cesaba una y otra vez en su actitud de desmoralizarme y hundirme más de lo que ya estaba y yo por el contrario lo felicitaba ante tanto premio como seguía ganando. Este señor lo que hacía es mentar la soga en casa del ahorcado y yo no quería ya nunca más que me ahorcara ni tampoco celebrarle sus copiosos premios y éxitos rotundos --eso en cuanto a los premios, porque luego no vende ni un libro y la gente no lo lee ni le hace ningún caso a todas las basuras que publica--. Decidí mandarlo a hacer puñetas para siempre y nunca le he vuelto a dirigir más la palabra ni le voy a hacer ningún caso jamás.
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