sábado, 28 de mayo de 2016

LA HUELLA DEL AMOR

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Hacía ya tiempo que Gabriel no sabía nada de aquella chica que un día conoció en el parque, con la que hizo footing y toda clase de ejercicios gimnásticos durante varios meses y con la que llegó al amor durante los últimos días que disfrutó de su compañía. Gabriel no se explicaba qué había podido pasar, qué sucedió para que no la volviera a ver en el parque al que tanto solía ir a correr. Y todo fue repentino. Después de haber pasado una noche en su compañía, aquella placentera noche lluviosa de otoño, quedaron en verse como siempre, en el parque, para desahogarse con el ejercicio físico que tanta salud y bienestar transmitía a sus vidas. Luisa fue reacia desde el primer momento a hablarle de su vida privada. Tampoco se interesó demasiado por la de Gabriel, a quien no le importaba comentarle todas las actividades y proyecciones que rodeaban su vida. Gabriel la recordaba con tristeza y desconcierto porque no sabía qué podía haber pasado para que después de la espléndida noche sentimental que Luisa le brindó --con entrega y pasión desmesurada--, desapareciera de su vida. Gabriel pensó que aquella noche se la dedicó con tanto afán porque era su despedida. ¿Qué pudo haber pasado? ¿Se habría ido a vivir a otra ciudad? ¿Estaría casada? Gabriel se debatía en toda esta serie de interrogantes ante esta mujer que surgió en su vida y que no le dejó concluir en los que eran sus sinceros y nobles deseos hacia ella. Todos estos pensamientos giraban en su mundo presente porque desde entonces no se había relacionado amorosamente con ninguna chica y este largo periodo de soledad le hacía recordar aún más aquellos días de compañía deportiva que se esfumaron de su realidad tal vez para siempre.

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Así parecía que iba a ser la vida de Gabriel, monótona y desolada por la falta del ingrediente amoroso que tanto necesitaba. En todos sus intentos por relacionarse formalmente con las chicas que deseaba fracasó. Solo fue Luisa, aquella dulce y encantadora joven, quien le manifestó simpatía y gozo, ilusión y ardientes ganas de vivir. Pero Gabriel recapacitó últimamente y pensó que esta mujer no era la única, que todo consistía en tener la fortuna de dar con una doncella de las muchas que circulaban por su ciudad y que le gustara, que le convenciera y se sintiera realizado con su compañía, situaciones que solo disfrutó con aquella mujer que empezó a querer olvidar. Y el olvido llegaría --como casi siempre--, al sentir el bienestar de una novedad: Gabriel conoció a una muchacha que le sumergió en una ópera amorosa tan intensa o más a la que sintió con Luisa, aquella atrayente estrella enamorada de sus deportivas tardes. Cuando Soledad se interesó por el pasado de Gabriel no se esperaba que fuera tan pobre en cuanto a su vida sentimental, le parecía que este hombre que llenaba de sueños felices y energía vital su presente había gozado de un pasado más movido. Aunque Gabriel le manifestara con sinceridad su única relación, Soledad se extrañaba porque observaba que Gabriel era un joven maduro, cultivado, inteligente y que no merecía ni aparentaba el rechazo que había sufrido por parte de las muchas chicas que lo conocían. Pero a Soledad no le disgustaba ni mucho menos: en Gabriel había encontrado lo que todas las otras no supieron valorar.

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Gabriel finalizó sus estudios de ingeniería y sus perspectivas futuras se presentaban muy ambiciosas. Soledad se sentía feliz con la verdad de la que disfrutaba. Pronto se casarían, deseaban unir sus vidas para siempre y Soledad lo preparaba con deseos y prisas: como lo dejara para más adelante podría tropezarse en su camino cualquiera de las muchas tías que en su momento lo rechazaron y que ahora, al parecer, sí se acordaban de él.

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Tras esta etapa de actividad sedentaria, Gabriel sintió deseos de volver a ejercitar su cuerpo con el deporte. Recordó su pasado en el parque con Luisa. Soledad preparaba su casa, su matrimonio, su futuro. Gabriel corría siempre que podía y un día su sorpresa fue mayúscula, quedó perplejo cuando una mañana temprano se encontró en el parque con aquella joven que fue la magia de sus sueños.

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Luisa se fue directa para Gabriel, lo abrazó y besó con intenso deseo y tras este saludo efusivo y emocionante ambos se pusieron a hablar muy inquietos, se cruzaron las palabras con rapidez ante la sorpresa que se llevaron. Sin duda era Luisa la que más tenía que contar, y aclaró a Gabriel todo lo que pasó para que se fuese a vivir a otra ciudad durante todo este largo periodo de tiempo. Gabriel se sintió atónito ante la amplia historia que Luisa le relató de su vida: hubo problemas familiares, de herencia y otra serie de acontecimientos durante aquellos meses en los que estuvo corriendo con él. Fue precisamente el estrés y la angustia que padeció lo que le llevó a desahogar toda la adrenalina con el deporte. Asimismo le comentó a Gabriel lo feliz que se sintió con su compañía y le interrogó cómo iba su vida ahora y si había culminado los proyectos de los que le habló. Gabriel le contó su versión y Luisa quedó bastante frustrada, pero comprendió que la vida evoluciona, que las personas cambian y se les presentan nuevas realidades que obstaculizan retornar a los deseos y a las ilusiones del pasado. Gabriel se sentía impresionado de la belleza y el encanto de Luisa que tanto le hizo delirar, pero no quería, ni estimaba justo y razonable acabar con la felicidad que Soledad y él ya sentían. Su futuro estaba ya planteado con la que iba a ser su mujer y Gabriel meditó en torno a estos casos que se dan en las relaciones humanas. No se culminan, no se realizan, no se consiguen muchos de los sentimientos que se despiertan en el corazón y las personas que se sueñan y se quieren no acaban fusionadas, se dividen, se separan sus destinos y su verdad se les presenta diferente. Gabriel le confesó a Luisa que se enamoraba al verla, pero su mundo sentimental era ya otro, aunque, eso sí, le reiteró que el chispazo sensitivo, emocional, de pasiones y felices jornadas disfrutadas en su compañía quedarían grabadas en la memoria de su vida.

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