No se trata de lo que se denomina envidia sana o envidia a medias. Las envidias que he tenido que soportar y que voy a contar en este ensayo son en estado puro, o sea, envidias feroces, dañinas y malas. Una amiga con la que me crie y jugué de niño y cuya familia han sido siempre muy amigos de la mía, resulta que ya de mayor ha logrado ser una estudiante prodigiosa que después de aprobar la carrera que hizo con todo matrículas de honor, consiguió superar la oposición más difícil que existe, a la que llaman la madre de todas las oposiciones. Cuando yo me enteré de su éxito y hablé con ella la felicité por todo lo alto porque me llevé una gran alegría de que esta mujer, después del hartón tan impresionante de estudiar que se dio lograra triunfar en la vida. Yo, que soy ajeno totalmente a la envidia porque este sentimiento o pecado de la condición humana lo detesto, lo rechazo, me repatea y no lo siento y no lo quiero ni me hará mella jamás en mi vida, yo, como digo, que estoy limpio absolutamente de la envidia cochina, sentí una gran emoción y efusividad de que esta amiga de toda la familia consiguiera destacar así en la vida. Pero la realidad de ella hacia mí ha sido siempre muy distinta. Justamente lo contrario. Yo publiqué mi primer poemario en el año 1995 y ella se interesó por comprármelo. No pudo tenerlo al final porque corté con la editorial pirata que me lo editó. Como yo llevaba muchos años escribiendo y a ella le apasionaba la lectura, le dejé poco después de que aprobara la oposición, el libro de poesía que había editado y una colección de artículos míos publicados en ABC. Cuando lo leyó todo me dijo solamente que no se lo esperaba. Estando dialogando días después con ella en la playa y yo comentándole que estaba intentando conseguir algo en el difícil mundo de la literatura, ella me sentenció: "eso es si lo consiguieras pero no lo vas a conseguir y después me insistió en que no lo iba a conseguir nunca". Pocos días después, por la noche, delante de mi hermano y de mi cuñada me expuso muy seria y contundente que hoy día de la literatura no se puede vivir. O sea, que si no ganaba para vivir con esto es como si nada todo el trabajo y el esfuerzo realizado. A lo largo de toda la vida, esta intelectual ha manifestado una y otra vez envidia hacia mí descaradamente y ha tenido muy malos sentimientos hacia mi persona. Siendo ella una voraz lectora y sabiendo que he publicado libros uno detrás de otro jamás ha querido comprarme nunca ninguno. Y hasta me ha hecho feos y desprecios por yo tener un talento y un genio para la literatura que ella no posee y que ha envidiado desde un primer momento con ferocidad y envenenamiento y así lo ha dejado siempre muy claro. Otro caso de envidia endemoniada me ocurrió justamente con otra mujer, que yo apenas la conocía y había tratado muy poco con ella. Era la mujer de un gran amigo y excelente persona que trabajaba en un comercio filatélico en el centro de Sevilla. Coincidí una tarde con ella en esta tienda y se puso a hablar conmigo. Su marido se ausentó de allí y nos dejó solos con otro cliente. Desde un primer momento la observé atacada de envidia hacia mí y hacia mi hermana y mi cuñado, pues sabía de la vida de estos familiares míos y los envidiaba salvajemente. Esta señora me dijo de todo, me dio una sesión de campeonato aquella tarde, me satirizó y me atacó de todas las maneras que pudo, manifestando odio y desprecio hacia mi persona y largándome con total falta de respeto de todo lo habido y por haber. Yo en ningún momento le respondí mal ni me defendí de sus acometidas y provocaciones, me lo tragué todo y la dejé que se explayara. No le importó quitarle el amigo para siempre a su esposo, sabía ella que entre los dos había una gran amistad, pero a ver, la envidia lo puede todo. Y perdí a uno de los mejores amigos de mi vida por el numerazo que me hizo esta indeseable. Y para terminar, el caso más triste de todos con otra mujer, la que fue mi mejor amiga durante muchos años y la persona con la que mejor me he portado en toda mi vida. De nada me sirvió ser tan extraordinario siempre con ella porque al final se le desató el pecado de la envidia hacia mí y se llevó nada menos que ocho años intoxicando y fastidiando mi vida cuando yo justamente era un corazón limpio y bondadoso y generoso hacia ella. Y como decía, jamás he sido tan genial en toda mi existencia con nadie a como lo fui con esta amiga, que con mucho dolor la tuve que mandar a paseo para siempre. La envidia cochina lo puede todo.
A veces te conviertes en un ser solitario para protegerte de los
ResponderEliminarAtaques irracionales provocados por la envidia cochina de esos que creías que eran buenos compañeros. El librero ambulante. Antonio